El nombre con el que bautizamos a las cosas no es un asunto importante, pero parece que los que se atreven a hacerlo no siempre aciertan con el vocablo más adecuado. Ejemplos tenemos muchos. Roentgen se llamaba en realidad Röntgen, pero en la literatura anglosajona se deformó el apellido. Accidente cerebrovascular es una manera de definir el ictus ¿no sería más correcto encéfalo-vascular? ¿O acaso sólo se producen infartos en el cerebro? Las pistas de tenis de tierra batida, son realmente de arcilla apisonada pero como en francés se dice "battre", cuando se apelmaza a golpes una cosa, alquien pensó traducirla por la palabra española que más se parecía.
En nuestra especialidad también se han producido "bautismos" poco afortunados de algunas modalidades nuevas. Así, y tal como sucedió en su momento con la Tomografía Computarizada, tampoco se produjo unanimidad a la hora de elegir el nombre que debiera designar al procedimiento diagnóstico desarrollado a partir de la Resonancia Magnética Nuclear. Cuando se implantó comercialmente en la década de los ochenta, fue difundido como Resonancia Magnética Nuclear o Nuclear Magnetic Resonance (NMR), no sin cierta razón, porque el fenómeno físico que constituía la base de esta nueva modalidad de diagnóstico médico, era la Resonancia Magnética emitida por los núcleos atómicos del hidrógeno.
Ahí surgió ya el primer error de concepto al confundir el fenómeno físico con la técnica de Diagnóstico por Imagen derivada de él. Poco tiempo después, al ser incluida, esta modalidad, en los servicios de Radiodiagnóstico, se eliminó el término nuclear alegando que tenía connotaciones peyorativas, porque dicho vocablo podía asociar a la resonancia magnética nuclear con la energía producida en las centrales nucleares o con la derivada de las explosiones atómicas experimentales cuando, por el contrario, la primera se consideraba un fenómeno físico casi inocuo. Por otra parte, buscando una justificación científica para eliminar dicho término, y desde un enfoque purista, tampoco se podía contemplar la resonancia magnética como una característica exclusiva del núcleo atómico, porque también se produce en los electrones. Por tanto, no estaría mal del todo, la supresión del vocablo nuclear.
Con la modificación, la escuela anglosajona se decantó por el genérico Magnetic Resonance Imaging (MRI) o Imagen por Resonancia Magnética que fue bastante aceptado. En cambio la comunidad científica francesa se decidió por el apelativo Imagerie par Résonance Magnétique (IRM). En Hispanoamérica se utilizaron los términos de Resonador Magnético, para nombrar al aparato, y el de Imagenología por Resonancia Magnética para describir a la técnica, nomenclatura bastante acertada aunque muy diferente a la que estaba en vigor. En España se optó por la alternativa más sencilla e incorrecta, como había sucedido, en su día, con la Tomografía Computarizada y se utilizó el nombre del fenómeno físico, Resonancia Magnética, para designar indistintamente al aparato y a la exploración. "Le vamos a realizar una Resonancia Magnética" suena como si le dijeramos a una persona "Le vamos a hacer unos rayos X".
Desde nuestro punto de vista y, puesto que, con los aparatos de resonancia magnética nuclear se obtienen imágenes tomográficas de cualquier estructura del organismo, tal vez lo más adecuado sería utilizar el nombre de TOMÓGRAFO DE RESONANCIA MAGNÉTICA, o Escáner de Resonancia Magnética para designar al aparato y TOMOGRAFÍA POR RESONANCIA MAGNÉTICA (TRM), y Espectroscopia Clínica o “in vivo” por Resonancia Magnética (ERM), cuando nos queramos referir a las exploraciones que se basan en el fenómeno físico de la Resonancia Magnética Nuclear.
¿Por qué nos hemos decantado por estos términos y no seguimos la nomenclatura popularizada por los norteamericanos? IRM. Podríamos llamarla Imagen por Resonancia Magnética, pero si queremos ser precisos, es más correcto decir Imagen Tomográfica, porque está claro que las imágenes de IRM no son como las de Radiología Convencional. En cualquier servicio de Radiología, una imagen tomográfica siempre se ha llamado Tomografía, para destacar con este apelativo sus diferencias con las demás.
¿Por qué nos hemos decantado por estos términos y no seguimos la nomenclatura popularizada por los norteamericanos? IRM. Podríamos llamarla Imagen por Resonancia Magnética, pero si queremos ser precisos, es más correcto decir Imagen Tomográfica, porque está claro que las imágenes de IRM no son como las de Radiología Convencional. En cualquier servicio de Radiología, una imagen tomográfica siempre se ha llamado Tomografía, para destacar con este apelativo sus diferencias con las demás.
Cuando aparecieron los primeros aparatos de Tomografía por Resonancia Magnética para uso clínico, el término de Tomografía ya estaba plenamente aceptado en la jerga radiológica y definía a la perfección a las modalidades capaces de adquirir imágenes en cortes, como la Tomografía Lineal Analógica, desarrollada por A. Vallebona a partir de 1930, o la Tomografía Axial Computarizada (TAC) de G Hounsfield, que había surgido en 1972. Tomografía es una palabra compuesta, derivada de las griegas “tomos” que significa corte o sección y “grafía” que se traduce por gráfica. Referida a la técnica que nos atañe significaría: representación gráfica en cortes, obtenidos mediante un escáner de resonancia magnética nuclear.
Según lo anteriormente expuesto nosotros nos decantamos por TOMOGRAFÍA POR RESONANCIA MAGNÉTICA (TRM) y TOMÓGRAFO DE RESONANCIA MANÉTICA por ser los términos que mejor describen a la nueva modalidad de diagnóstico y al aparato con el que se realizan las exploraciones. No obstante, cada cual es libre de utilizar la terminología que crea más adecuada.
De (Por los Senderos de la Resonancia Magnética)
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